«La espiritualidad y la música se encuentran a menudo en el mismo umbral, especialmente cuando el peso de decisiones trascendentales recae sobre figuras de poder religioso. En momentos como estos, el arte sacro no es adorno, sino herramienta. Un eco antiguo que guía, que sostiene, que sacude.»
CIUDAD DEL VATICANO.– En pleno desarrollo del Cónclave, el canto litúrgico Veni Creator Spiritus ha vuelto a resonar como invocación central, en un contexto donde tradición y reinterpretación artística se entrelazan. El himno, escrito en latín en el siglo IX y atribuido a Rábano Mauro, se mantiene inalterable en su letra, pero ha adoptado múltiples formas musicales a lo largo de los siglos.
La obra de Giovanni Pierluigi da Palestrina lo viste con la claridad del Renacimiento, apostando por la pureza polifónica sin perder inteligibilidad. En contraste, Gustav Mahler lo eleva en su Octava Sinfonía a una explosión romántica, donde el Espíritu se convierte en energía cósmica. Maurice Duruflé, en cambio, lo transforma en introspección pura desde su órgano parisino, despojado de texto y cargado de memoria.
Tres versiones, tres siglos, una sola llama: la búsqueda de sentido ante lo divino. Una prueba de que cuando el fuego sigue vivo, lo sagrado sigue hablando.
