Por: Nathalia Taveras
“Cada apagón me enferma más. El ruido, el calor, la desesperación… es insoportable.”
MAYAGÜEZ. PR –La electricidad no es solo un servicio: en Puerto Rico, se ha convertido en una línea entre la vida y el colapso emocional. Los constantes apagones, cada vez más frecuentes desde la devastación del huracán María en 2017, están provocando una crisis silenciosa pero devastadora. Ansiedad, depresión y estrés extremo golpean a quienes dependen de la energía eléctrica para subsistir, especialmente a pacientes crónicos, encamados y sus cuidadores, que enfrentan el abandono del sistema y la indiferencia de las autoridades.
Nilda Rivera, una ama de casa de Mayagüez, se convierte en ejemplo vivo del drama cotidiano. Cada vez que se va la luz, debe encender una planta ruidosa y costosa para mantener con vida a su madre, enferma de múltiples condiciones. Pero lo que enciende ese generador también enciende su angustia. “Me pongo grave, me pongo bien mala. Me sube la presión”, dice con desesperación. Su caso no es aislado. El psicólogo Luis Alberto Rodríguez ha estudiado lo que llama los “apagones emocionales”, documentando cómo la inestabilidad eléctrica está afectando profundamente la salud mental de toda una población.
La falta de acción estatal agudiza el problema. Aunque el Departamento de Salud prometió entregar baterías y generadores a personas electrodependientes, no se han visto resultados. Mientras tanto, la empresa LUMA Energy —blanco de masivas protestas ciudadanas— sigue a cargo del servicio, a pesar de las promesas de la gobernadora Jenniffer González de reemplazarla. Familias enteras se sienten abandonadas, obligadas a invertir en soluciones privadas para sobrevivir a una red pública colapsada.

La ansiedad se convierte en rutina, la depresión se normaliza y el miedo a la noche se vuelve parte del paisaje. La pobreza energética en Puerto Rico ya no es solo un problema técnico: es una bomba emocional con mecha encendida.




