Por: Genesis Lara
“Una sacudida brutal de 8.8 frente a Kamchatka ha puesto en alerta a media humanidad: Japón evacúa, Hawái se prepara y el Pacífico retiene el aliento.”
PETROPAVLOVSK-KAMCHATSKY, RUSIA – Un terremoto de magnitud 8.8 estremeció el fondo marino a 136 kilómetros al este-sureste de Petropavlovsk-Kamchatski, desencadenando una alerta de tsunami que se propagó desde Rusia hasta el otro extremo del Pacífico. Este no fue un movimiento sísmico cualquiera: se trató del sismo más potente registrado en 2025, según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS). Con una profundidad de 19 kilómetros y una ubicación geoestratégica crítica, la magnitud del fenómeno no solo fue física, sino también geopolítica.
El epicentro, situado cerca de una de las zonas sísmicamente más activas del planeta, encendió las alarmas en Japón, Hawái, California, Alaska, Filipinas y Chile. Las autoridades japonesas pronosticaron olas de hasta tres metros y evacuaron zonas costeras como precaución, mientras que el Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico emitió advertencias para todo el cinturón del Pacífico, recordando los devastadores efectos de eventos similares como el de 2011. En lugares como Hawái se pasó de una “vigilancia” a una advertencia concreta.

Este evento no solo afecta la estabilidad tectónica, sino que tiene la capacidad de interrumpir las rutas comerciales del Pacífico, las comunicaciones submarinas, y forzar evacuaciones masivas en áreas densamente pobladas. Afecta directamente a pescadores, operadores turísticos, gobiernos costeros y a una población mundial cada vez más conectada.
Ese terremoto no solo reaviva el recuerdo de tragedias pasadas: también pone a prueba los protocolos de emergencia de naciones enteras, en una época donde los efectos del cambio climático ya han vuelto el mar menos predecible. La alerta va más allá del agua: es un llamado al rigor preventivo y la preparación multisectorial.




