“La voz se fue, pero el eco quedó vibrando en merengue.”
SANTO DOMINGO, R.D. La noche del viernes el Teatro Nacional se convirtió en un altar para Rubby Pérez. El espectáculo “Rubby Pérez Infinito”, que originalmente celebraría sus 50 años de carrera, se transformó en una despedida majestuosa. La muerte del artista la madrugada del 8 de abril, tras el desplome del techo del Jet Set, truncó sus planes, pero no su homenaje.
La sala Carlos Piantini se iluminó con una orquesta de 36 músicos bajo la dirección del maestro Manuel Tejada, mientras en pantalla, una versión animada por inteligencia artificial de Rubby abrió el show con “O sole mio”, una de sus últimas grabaciones.
“No voy a llorar”, entonaron Milly Quezada y Frank Ceara para iniciar una noche que osciló entre la solemnidad y el desborde tropical. También sonaron “Cobarde, cobarde”, “Ave de paso”, y una versión vibrante de “El Africano” a cargo de Los Hermanos Rosario y Miriam Cruz. El merengue no lloró, celebró.
“No fue un tributo, fue una resurrección.”
Rubby no necesitó estar presente. Su legado lo hizo por él.
